viernes, 21 de noviembre de 2008

EL AYER EN CORDOBA

Al año de terminar mis estudios en la Uní, abandone mi ciudad natal.

Atrás quedaron lo tres años de madrugones, pasar por el viejo viaducto, coger el autobús, unas veces el tuerto, otras veces el nuevo, en el ya desaparecido Bar Colon, que por cierto coincidíamos con los trabajadores de la cerveza el Águila, donde tenían su parada.

Recuerdo que en la parada de Cañero era la más ruidosa, por el número de alumnos y trabajadores que lo cogían, cuando enfilábamos la cuesta de Rabanales ya prácticamente estábamos allí, coincidíamos cuando los alumnos internos salían de desayunar, unos nos incorporábamos con el resto de compañeros a los talleres y otros nos íbamos a clase, todo en un ambiente de jolgorio que concluía cuando comenzaban las clases.

Los días pasaban entre los bocadillos del desayuno, el almuerzo de mediodía, allí realmente cuando aprendí a comer, bueno en el sentido, que yo era muy malo para comer, apenas comía de nada, pero también me enseñaron la ley de la supervivencia, o comía o pasaba hambre, recuerdo, los filetes rusos, que por cierto estaban mas fríos, que un bosquimano en el Polo Norte, o las famosas alubias, que se quedaba la cuchara de pie en el plato, o los famoso macarrones, que fueron para mí todo un descubrimiento, sobre todo aquellas maravillosa meriendas de dos quesitos de la vaca que Ríe, la chocolatina Trapa o la rodaja gruesa de salchichón, que los alumnos decíamos de “borrico”.


Después de la ultima hora y media de estudio, esperábamos en la puerta del colegio, el autobús, que nos llevaba de regreso a Córdoba, era todo algarabía y caos, porque ya solo íbamos los alumnos, el chofer campeaba el temporal de aquella jauría lo mejor que podía. Siempre me impresiono la vista de la ciudad de noche, donde, contemplábamos la Avenida de Barcelona, el Paseo de la Ribera, el antiguo Puente Romano, la estatua de S. Rafael, la muralla del Alcázar de los Reyes Católicos, el Paseo de Primo de Rivera, la Avenida de G. Capitán, hasta desembocar de nuevo al Bar Colon, donde me bajaba y regresaba a casa.

Esos años de mi vida me hicieron conocer la ciudad donde nací, como posiblemente, no la hubiese conocido y sobre todo me hizo tener un vinculo con ella, pese a fijar mi residencia en la Málaga, y llevar cerca de 40 años, de volver siempre que he podido, que por fortuna para mí ha sido en multitud de ocasiones y sobretodo, mi acento, nunca lo perdí, porque allí donde voy me dicen “tú eres cordobés” cosa que indudablemente me llena de orgullo.

Diego García 67/70

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